EL RECINTO AMURALLADO constituye uno de los principales conjuntos civiles del patrimonio adnamantino. Es inherente a la historia de la villa, la traducción del topónimo árabe “al-ma-zan” significa el fortificado, en alusión al primitivo cerco musulmán.

Las murallas que vemos en la actualidad entre callejas y plazuelas, atrapadas por construcciones posteriores, se levantaron a finales del siglo XII, siguiendo la topografía del lugar y englobando los barrios altos del Almazán medieval, en una época en la que todavía las incursiones de aragoneses y navarros (los árabes estaban ya lejos), podían ser una amenaza para esta tierra de frontera.

Las murallas daban al lugar un aire ciudadano, los vecinos que habitaban intramuros tenían todas las obligaciones fiscales y gozaban de todos los derechos políticos y penales, normas que no se aplicaban a los que vivían en el arrabal, extramuros.

Cumplían la función militar de mantener la seguridad de la villa y de sus habitantes, por eso las puertas de entrada contaban con sus correspondientes cerrojos y llaves que el señor de Almazán confiaba a varios vecinos honrados para que las custodiasen, abrieran al amanecer y cerraran con el toque de queda.

El Concejo del pueblo debía velar por el buen estado del recinto, encargándose de repararlo y de castigar con multas los actos que la perjudicaban.

La técnica constructiva era sencilla, se levantaban dos fachadas interior y exterior con sillería a penas devastada y mal escuadrada. El espacio intermedio se rellenaba con cascotes de piedra, cantos de río y abundante argamasa de mortero y cal, conformando un paramento consistente y resistente a la climatología y paso del tiempo.

El perímetro amurallado era continuo solamente las puertas de acceso y los postigos rompían el trazo.

En la Plaza Mayor podemos admirar LA PUERTA DE LA VILLA flanqueada por dos torres semicilíndricas entre las que se abren los arcos apuntados que sostienen un muro pantalla cuya función sería la de servir de parapeto al matacán. Sobre ella se edificó en 1.886 una torre para alojar el reloj público que sigue marcando las horas de la vida adnamantina.

Entre el Palacio y el templo de San Miguel queda el POSTIGO del mismo nombre. Es un vano abierto en el muro mediante arcos de medio punto y bóveda de medio cañón. En la actualidad da paso a un mirador volado desde donde contemplar la arboleda y el río.

La muralla continua por el interior del Palacio, la calle con su nombre nos conduce a la Iglesia de San Vicente en cuyas inmediaciones se construyó un postigo de acceso; hoy en su lugar se levanta un balcón que mira al río y marca el inicio de uno de los paseos, por el RECINTO AMURALLADO, más bonitos del pueblo, a un lado la muralla de poca altura pero bien conservada, al otro el talud natural y el Duero que actuaba de foso y hacían del lado norte una zona inaccesible.

Continuamos hasta el torreón cilíndrico llamado ROLLO DE LAS MONJAS que refuerza el ángulo noroeste, provisto de una coronación de matacanes volados quizás del siglo XIV.

Al girar nos encontramos con el verdor del Paseo de Alicante y nos encaminamos cuesta arriba hacia la PUERTA DEL MERCADO. La más robusta de todas y la única con dos torres prismáticas rematadas por almenas. Tenían dos puertas batientes de madera encajadas en los quicios que todavía conserva, separadas por un rastrillo de hierro que permitía controlar la entrada.

En torno a esta puerta se celebraba el mercado semanal en la Edad Media por lo que resulta fácil deducir el por qué de su nombre.

El terreno, más llano en esta zona, obligó a proteger el cerco con una barrera o barbacana por la que discurre un camino que nos permite observar el aparejo de mortero y cal del interior del muro al haber desaparecido la piedra sillar que lo revestía.

Una vez coronado el parque de EL CINTO donde estaba el Castillo, hoy totalmente desaparecido bajamos hasta encontrarnos a la derecha con la calle Guadalupe que nos guía hasta la PUERTA DE HERREROS con sus características torres cilíndricas y similares dispositivos defensivos típicos de las fortalezas medievales. También se conservan los huecos para encajar las trancas de cierre.

El terreno en esta zona no se prestaba para una defensa de la villa por ese motivo se construyeron tramos de bastante altura, cerca de 15 m., y además se protegía con un foso artificial.

Seguimos hacia la Plaza de Santa María donde se ubica la iglesia y el POSTIGO que lleva su nombre; un pintoresco lugar de gruesos muros cuyo eje quebrado impedía el acceso en línea recta, dificultando la entrada a posibles enemigos.

Desde aquí por la estrecha callejuela de San Román que separa la alta muralla de las construcciones, regresamos a la Plaza Mayor.

Recientemente se han realizado obras de restauración de la Muralla del Postigo de Santa María y su entorno. Una gran obra que ha sacado a la luz parte del esplendor de nuestra muralla, acondicionando su entorno para poder disfrutar de la misma con todos los sentidos.