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Catástrofe de Torremontalbo

Sábado Negro

Hacia las tres de la tarde del día 27 de junio de 1903 un calor sofocante abrasa el ambiente en las inmediaciones de Torremontalbo. El tren correo de Bilbao a Castejón, número 160, con puntualidad ferroviaria, atravesaba la curva del puente de hierro de esta localidad; la velocidad bamboleaba al tren que zigzagueaba en aumento desembocando en el barranco del río Najerilla, los maquinistas no pudieron evitar que el tren se estrellara
en el suelo.

Esta catástrofe había sido presentida por los pueblos de alrededor y especialmente por el Conde de Hervías, Don Trinidad Manso de Zúñiga quien en numerosas ocasiones se había quejado del estado del puente.

Al lugar de la catástrofe acudieron al escuchar el estruendo y los lamentos los agricultores de Cenicero, Don Trinidad, su hija y criados. Don Saturnino Hernández, vecino de Cenicero, corre con urgencia a avisar al alcalde interino de la localidad, Don Francisco Montejo quienes en una dolorida llamada de socorro reúnen a todo el pueblo de Cenicero con mantas, colchones, trapos y todos los enseres de primeros auxilio.

Corre Baltasara Alonso, mujer del peón caminero que tenía su casa en la carretera de Torremontalbo, quien al límite de sus fuerzas para cuando llegaron los de Cenicero había transportado sesenta cántaros de agua para las víctimas.

 Cuando llegaron los primeros a socorrer el tren se bamboleaba y crujía pareciendo que se iba a desplomar otra vez de un momento a otro. Entre los retorcidos hierros se alzan gritos de dolor, llanto de impotencia y lo peor, el silencio de la muerte. Una mujer salvó a su hijo de siete meses arrojándolo por la ventana antes de perder la vida, el maquinista grita «agua, agua…» antes de fallecer, otro grita pidiendo que lo saquen aunque sea perdiendo el brazo.

En Cenicero solo se escuchan las campanas de la torre que tocan a arrebato. ¿Dónde están sus gentes? Todos en Torremontalbo ,algunas mujeres volvían a preparar el hospital, las escuelas, otros en el lugar de la catástrofe transportando agua para aplacar la sed, vigilando equipajes para evitar el pillaje, consolando a los heridos, sacando heridos entre hierros retorcidos en fin todos en Torremontalbo con un fin común unidos. Y allí no faltó nada.

Sobraron mantas, colchones y palabras de consuelo para los supervivientes. Todos los habitantes de Cenicero conmocionados abandonan sus quehaceres corriendo a asistir a las víctimas. Por la noche en el rescate se iluminan con antorchas y faroles por si queda gente en los amasijos de hierros.

Todos ayudaron, todos sin distinción de clase.



Las casas de Cenicero se convirtieron en un hospital. Infatigables, los cenicerenses rescataron en menos de nueve horas sin medios adecuados, ya que hasta la media noche no llegó el tren de Logroño con el material necesario, la práctica totalidad de los heridos y a los muertos. Su valor se prolongó varios días, primero enterrando en su cementerio a los 43 muertos que perecieron y luego en sus hogares curando y cuidando a los heridos sin recibir, ni admitir nada a cambio.

El alcalde Señor Montejo pregona un bando rogando se pongan colgaduras negras en los balcones y que no se note en la gente joven el menor átomo de alegría propios de días festivos.

Don Gabriel Jiménez, párroco de Cenicero, El Conde y condesa de Hervías, Manuel Aguirre, guardia civil, Don Francisco Montejo, alcalde interino de Cenicero y todo el pueblo de Cenicero y Torremontalbo sin ninguna excepción dieron muestras de una increíble entrega. Aunque no se puede resaltar un héroe, ni alabar un comportamiento sino la unanimidad de todos, a los que hay que agradecerles la salvación de muchas vidas la historia ha resaltado uno el de Doña Concha Manso de Zúñiga, la heroína de Torremontalbo, quizás por el rango de su cuna se convirtió en el símbolo de la caridad, adquiriendo su comportamiento resonancia nacional.

Los cenicerenses se entregaron de tal forma en la ayuda que hubo personas que no aparecieron por su casa en una semana.

La catástrofe de Torremontalbo por desgracia no pudo compararse a ninguna de las ocurridas entonces en las vías férreas porque la cifra de heridos y muertos pasó de una centena.
Por encima de la anécdota queda el espíritu de un pueblo que emociona con su comportamiento en momentos difíciles o trágicos; es este espíritu el que hace posible escribir gestas únicas en la historia y es este espíritu el que le hace acreedora del Título de Ciudad, la octava de La Rioja la última en tiempo y en habitantes pero igual de grande por su lealtad .

El 19 de Enero de 1904 Cenicero villa generosa recibió el premio a su altruismo, a su tesón a la voluntad unánime de la ayuda humanitaria en una hecatombe, su majestad el Rey Don Alfonso XIII le concede el Título de Ciudad.

Subsecretaria
Sección 1ª
Negociado 1º
S. M. El Rey(q.D.g.) se ha dignado expedir por este Ministerio el Real Decreto siguiente:

"Deseando dar testimonio público de Mi Real aprecio a la villa de Cenicero con motivo del humanitario proceder de sus habitantes en la catástrofe del puente de Torremontalbo ocurrida el día veintisiete de junio del año próximo pasado: .
Vengo a concederle el título de Ciudad.

Dado en Palacio a diez y nueve de Enero de mil novecientos cuatro.-Alfonso.-El Ministro de la
Gobernación, José Sánchez Guerra».
De Real orden lo digo a V.S. para su conocimiento y satisfacción de la corporación que tan dignamente preside.
Dios guarde a V.S. muchos años Madrid-19 de Enero 1.904"